Nunca me han gustado las procesiones. Primero porque las unía a un tipo de religiosidad oxidada, de costumbrismo, o a una religiosidad de una vez al año. Y además lo de los capuchones tiene, yo creo que para casi todos, reminiscencias de imágenes vistas sobre todo en el cine nada agradables.
Pero aún así no me gusta hablar de oídas de las cosas, así que por un año hemos decidido vivir la experiencia de salir en una cofradía en Semana Santa. Digo hemos porque hemos salido en "pack", las tres niñas y yo.
Santander no es Sevilla, ni Valladolid y las procesiones son sencillas y no muy multitudinarias. Nosotras salimos con la cofradía de nuestra parroquia, la de la Inmaculada. Tiene varios pasos, la primera procesión que hicimos fue la del Santo encuentro, el martes. Nosotros acompañamos al señor de la misericordia que es el paso que llevaba nuestra cofradía.
Mis sensaciones fueron la primera de agobio por ir encapuchada, las niñas iban descubiertas pero yo iba "de incógnito" y la sensación era como la de llevar un burka. Una vez pasada la primera sensación únicamente física comienzas a pensar otro tipo de cosas: que todos éramos iguales con aquel capirote y las individualidades quedaban diluidas. Ahí no se sabía quién tenía 20 años o 60, quién llevaba saliendo muchos años en las procesiones o era su primera vez... todos éramos iguales, como iguales somos antes Dios.
Otra de las "ventajas" de mi posición era poder verlo todo sin ser reconocido. Veía a la gente con sus móviles sacando fotos, algunos mirando con curiosidad, otros con devoción, otros pasando...
Siempre me he ido de retiro en Semana Santa, y no vivía la Pascua con el mundo. Así que este año que me he quedado "en tierra" me ha gustado salir en las procesiones. Hacer presente a Jesús en este tiempo, salir a la calle y hacer bien de ruido con los tambores para gritar al mundo que Jesús murió y resucitó por ti.
Es fácil "predicar" una fiesta como la Navidad que está repleta de dulces, luces y regalos. Aquí no hay nada "bonito" que vender, al menos no hasta el domingo.
Pero es que la vida no siempre es bonita. Cuando te vienen malas en ocasiones no hay palabras de consuelo que valgan. A veces lo único que puedes hacer es estar ahí, al lado del que sufre. Simplemente acompañándole en su dolor.
Y eso es lo que hace Jesús. Nuestro Dios no es un Dios que se queda en las alturas viéndonos sufrir. No es un ente etéreo e intangible, él se hizo carne y habitó entre nosotros. No podemos decirle eso de "tú no sabes lo que es esto". Lo sabe muy bien. Mejor que yo que vivo entre algodones y mis sufrimientos son de risa.
Por eso hoy, jueves Santo, me uniré una vez más a Jesús y le acompañaré en esta hora, a Él y tantos Jesuses que sufren hoy también.
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